
EL origen de las procesiones
Según nuestro diccionario, procesión es el acto de ir ordenadamente de un lugar a otro muchas personas, con algún fin público y solemne, por lo común religioso. Por lo tanto, lo que se exige en la procesión religiosa es llevar un orden en el traslado de las imágenes de un sitio a otro con toda solemnidad, con la intención concreta de avivar o despertar la fe del pueblo o ciudad en donde se realice dicho acto público.
Estas ideas nos aclaran cómo deben desarrollarse nuestras procesiones de Semana Santa que deben de incrementar la fe y el amor de todo un pueblo a Jesús Crucificado que muere por darnos la vida eterna. Si se consigue esto, seguro que nuestras procesiones habrán conseguido el fin último con el cual tiene su razón de ser. Y para esto se necesita unos elementos que hay que tenerlos bien en cuenta cuando los desfiles procesionales salen por nuestras calles y plazas. El decoro en tratar a las imágenes sagradas, es un factor principal que hay que tener en cuenta conforme a la doctrina de la Iglesia, ya que dichas imágenes se merecen todo respeto y veneración. También es importante el clima de religiosidad que debe reinar en la presencia de los pasos para que los participantes y público en general lleguen a un ambiente sobrenatural que encienda la llama de la fe y de la emoción.
Finalmente, el orden y el silencio ayuda a la meditación de las verdades religiosas que de una manera plástica e inmediata nos ofrece la representación procesional de la Pasión y Muerte de nuestro Señor.
Asentados estos principios fundamentales en toda procesión que se valore como tal, vamos a hurgar en la historia para saber el origen de estas manifestaciones de la colectividad humana.
Como acto público, las procesiones se pierden en la aurora de los tiempos, pues desde que el hombre tiene conciencia de sí mismo, una idea espiritual le invade y le domina ante la muerte de un ser querido. En el traslado del cadáver el hombre primitivo observa una especie de ritual y decoro semejante al observado en una procesión. El cuerpo sin vida lo llevan en andas y rodeado de flores y frutos y acompañado de sonidos guturales y de instrumentos rudimentarios dándole un sentido religioso y trascendente a la muerte. Por lo tanto, las procesiones tienen un origen fúnebre cuando se relaciona con estos ritos de enterramientos, pero también tienen un origen religioso cuando estas manifestaciones públicas tenían que ver con los rituales de sacrificios de animales a sus dioses particulares. Antes de realizar el sacrificio como tal, había una procesión con la víctima adornada de flores y envuelta en incienso.
Dentro del mundo bíblico podemos señalar el traslado del Arca de la Alianza en procesión a toda regla ordenada por el rey y profeta David desde la casa de Abinadab hasta el lugar de Obed Edom. Y David y todo Israel se regocijaban. 1ª de Cro., 13.8. En el capítulo 15 del mismo libro de las Crónicas, nos relata cómo David, de nuevo traslada el Arca desde aquel sitio hasta el monte Sión, lugar en donde fue edificado posteriormente el templo de Jerusalén por su hijo Salomón. El texto sagrado nos da con todo detalle esta solemnísima procesión en la cual participó todo el pueblo de Israel, cantando y tocando instrumentos mientras que el Arca era trasladada con varales por los levitas consagrados para auxiliar a los sacerdotes en el culto divino. Una vez que fue instalada la caja en que los israelitas guardaban las tablas de la ley, el maná y la vara de Aarón en la tienda de campaña de su azarosa vida, con el arpa y salterio cantaba delante del tabernáculo o tienda: Alabad al Señor; invocad su nombre. Cantad entre las gentes su gloria y en todos los pueblos sus maravillas. 1ª Cro. 16.7 y ss.
Ya dentro del Nuevo Testamento, los cuatro evangelios no narran la primera procesión cristiana que tuvo lugar durante el traslado de Jesús de Betfagé a Jerusalén, coincidiendo con la primera procesión de Semana Santa. Esta escena evangélica corresponde a la entrada triunfal del Rabí de Nazaret a la ciudad de David. También aquí hay un traslado con cantos y vítores dirigidos al Profeta de Galilea, mientras que las palmas y ramos de olivo junto con los mantos al paso del Señor, nos recuerdan las flores y los mantos de los tronos de nuestras procesiones.
Jesús sabía muy bien que esos vítores y aclamaciones del pueblo se convertirían cinco días después en gritos desaforados de repulsa y condena. Más no le importó porque los dirigentes del Sanedrín quisieron callar esas aclamaciones, el Nazareno les dijo: Os lo aseguro: que si estos callan, clamarían las piedras. Lucas, 19.40.
Ya en la era cristiana, tenemos noticia de las procesiones litúrgicas desarrolladas en Palestina, una vez que Constantino el Grande promulgó el edicto de Milán en el 313, por el cual daba plena libertad a los creyentes en Cristo.
Gracias a un precioso manuscrito relatando el Itinerario de la Virgen Egeria (una monja gallega del año 360) podemos saber la costumbre que tenía el pueblo cristiano del siglo IV en conmemorar con procesiones y actos públicos todos los pasos de la Pasión, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, en los mismos sitios y lugares en donde se desarrollaron estos acontecimientos salvíficos de nuestra fe y esperanza. Era todo el pueblo fiel acompañado por su obispo y clero el que asistía con suma devoción a estos actos que nos recuerda el Vía Crucis que rezan los peregrinos cuando transitan por la Vía Dolorosa en la ciudad Santa de Jerusalén. Por lo tanto, las procesiones están dentro del marco propio de la Sagrada Escritura y de la Tradición Eclesial, y no comprendemos cómo personas que se dicen cristianas la repudian y cierran sus puertas a su paso.
Ponemos punto y final señalando que en Águilas cuando apenas contaba con unos cien vecinos, los franciscanos recalaban por esta Marina, y en Semana Santa la guarnición del castillo de San Juan bajaba con la cruz alzada por el sendero hasta llegar a la ermita almacén sita en la actual calle de Murillo y allí el corto vecindario congregado, rezaba devotamente los pasos o estaciones que nos recuerda la Pasión del Señor, siendo testigo el plácito mar de levante que besaba con cariño la orilla pisada con los pies descalzos de los penitentes. Luego el Sábado de Gloria, los cañones de la fortaleza hacían sonar su zumbido atronador anunciando la resurrección del Señor, mientras que los moradores cantaban y bailaban alrededor del Judas de estopa, que ardiendo como pavesa se hacía ceniza entre las risas y algaradas del pueblo en fiesta.
Luis Díaz Martínez